La tormenta
Relato enviado por Zazo
Regresaba del trabajo bajo una intensa tormenta, las nubes habían aparecido casi por arte de magia y habían empezado a descargar con fuerza hacía unos minutos, cosas del mayo madrileño. Los limpiaparabrisas no daban abasto. En la puerta del garaje vi una figura, parecía un ciclista con su bici, entre la fuerte cortina de agua distinguí la figura de mi vecino del segundo. Pulsé el mando del garaje y la puerta se abrió y el vecino con su bici aprovechó para entrar rápidamente por la rampa. Aparqué y al salir del coche le vi allí atando su bici a la columna donde la dejaba, estaba empapado completamente.
- Hola Lorenzo, ¿qué tal? – le dije.
- Ya ves, aquí empapado. Salí a dar una vuelta con la bici y me he tenido que dar la vuelta y menos mal que has llegado, porque me dejé las llaves en casa y no podía ni entrar al garaje a refugiarme, y mi mujer tiene turno de tarde.
- ¿No tiene nadie más la llave que pueda abrirte?
- Mis padres tienen una copia, pero están de vacaciones con el Imserso en Benidorm, y mis suegros tienen otra, pero están en el pueblo.
- No jodas, pues no te vas a quedar aquí esperando empapado, sube a mi casa si quieres, por lo menos te podrás secar.
- Pues te lo agradezco tío, pero no quiero molestar.
- No hombre, no es molestia. No puedo dejarte aquí tirado, además seguro que tu mujer me lo paga más adelante con una de esas tartas de chocolate tan ricas que hace para las barbacoas vecinales – le dije medio en broma, medio en serio, porque sus tartas están deliciosas.
- Al menos tres le diré que te haga – dijo riendo.
Subimos a casa. Lorenzo iba tan empapado que dejó un pequeño charco en el ascensor. Entramos en el piso.
- No te quiero mojar todo el parquet, me meto al baño corriendo – lo dijo mientras iba hacia el baño rápidamente, su casa es justo la de encima de mí y es exactamente igual, así que no necesitó ninguna indicación para encontrarlo.
Fui a buscarle una toalla limpia al armario en que las guardo y se la acerqué al baño, la puerta estaba abierta y él se había quitado toda la ropa excepto el slip. No se puede decir que sea un hombre delgado, es más bien fuerte, sin pasarse, vello en pecho y estómago y piernas fuertes.
- Toma – le acerqué la toalla.
- No te importa que haya colgado aquí la ropa – dijo señalando a la mampara de la bañera – a ver si se seca un poco.
- Trae, mejor la cuelgo en el tendedero que seguro que seca más rápido, la tormenta ya ha parado y luce de nuevo el sol.
Me dio la camiseta y las mallas de ciclista y las colgué en el tendedero al que se accede desde la cocina. Mientras las colgaba entró en con sus slips y sus calcetines en la mano, llevaba la toalla atada a la cintura e iba descalzo.
- Me he tenido que quitar hasta los calzoncillos que están mojados.
- Trae – se los cogí de la mano y los tendí en la cuerda junto con las demás prendas. Miré a sus pies descalzos – Creo que tengo unas chanclas por ahí que te valdrán.
Fuimos a mi habitación y busqué unas chanclas para que no anduviera descalzo. Yo seguía con la ropa de calle y en casa me gusta estar cómodo, en verano me quedo desnudo y si el tiempo no acompaña me quedo con algún pantalón de chándal o algún pantalón corto de deporte pero siempre sin calzoncillos, para no estar muy oprimido, así que comencé a cambiarme y me desabroché la camisa y los pantalones y me descalcé, pero allí seguía Lorenzo, apoyado en el quicio de la puerta dándome conversación.
- No esperaba que lloviera de esa forma, hoy hacía bastante calor y nada apuntaba ese tormentón – dijo.
- Son las típicas tormentas de esta época, llega la nube y parece una esponja que la estrujen. Si tienes fresco te presto una camiseta – él seguía allí en toalla y con las chanclas que le había dejado como única prenda.
- No, no, hace buena temperatura. Ni con la tormenta ha refrescado. Estoy bien así, gracias.
Mientras charlábamos me había quedado en calzoncillos. No me parecía muy propio despelotarme ahí delante así que dejé en un lado de la cama un pantalón corto de deporte preparado me di media vuelta y discretamente me bajé el slip y me puse el pantalón corto, al menos sólo le había enseñado el culo.
- Yo hago lo mismo cuando llego a casa – dijo – me parece que los calzoncillos me oprimen y estoy mucho más cómodo con algo amplio. Y no me quedo en bolas porque Lidia no me deja, que si no andaría en pelotas por casa.
- Yo muchas veces ando en bolas – repliqué.
- Claro, suerte que tienes de no tener dueña.
- Bueno alguna ventaja tendrá tenerla ¿no?
- Nada – dijo – Te casas pensando que vas a follar todos los días y al final follas menos que de soltero.
- Claro, claro, ahora me vas a decir aquello de “follas menos que un casado”.
- Es que es rigurosamente cierto, jajaja.
Reímos y le ofrecí una cerveza. Nos sentamos en el salón a tomarla. Me comentó que había empezado a hacer bici porque había dejado el fútbol y le gustaba hacer algo de ejercicio.
- A los 41 ya me cansaba demasiado en los partidos. Los jóvenes dan mucha caña y pegan fuerte y me gusta hacer algo que si no me pongo barrigón – lo dijo dándose dos manotazos en su barriguilla – así que me compré la bici y a dar vueltas.
- Siempre he pensado en comprarme una, pero me da que la dejaría de usar.
- Pues cómpratela, hombre, que así nos vamos los dos a la vez y nos obligamos uno al otro a hacer algo de ejercicio, que mira que tú te estás poniendo algo fondón.
- La verdad es que sí, algo de barriguilla he echado, pero soy tres años mayor que tú y tenemos más o menos la misma, jajaja.
Seguimos hablando un rato de cosas intrascendentes, la verdad es que Lorenzo es un hombre muy afable y de conversación fácil, y estábamos pasando un rato entretenido. Nos habíamos bebido ya la cerveza pero le ofrecí otra, hacía calor y entraban bien. Cuando volví con ella de la cocina se levantó a cogerla y en el movimiento la toalla se fue al suelo.
- ¡A tomar por culo! – dijo, se agachó a por ella y la extendió en el asiento, pero no se volvió a cubrir con ella - pues ya, total, si no te importa me quedo así que estoy más fresco.
- Como quieras, no hay problema.
- Oye y tú si quieres igual, a ver si por mí vas a estar incómodo en tu propia casa.
Lorenzo se había quedado en bolas así que me dije ¿por qué no? y me quité los pantalones de deporte que llevaba.
- Hala, así tan cómodos, sin nadie ni nada que nos impida estar libres – dijo.
No me había fijado mucho, pero en ese momento me di cuenta que Lorenzo era tremendamente velludo. El pecho y su estómago aparecían cubiertos con una espesa capa de vello negro que llegaba por debajo de su ombligo hasta fundirse con el vello de su sexo que, a juzgar por su aspecto, estaba completamente al natural, sin ni siquiera haberlo recortado un poco. Yo, por el contrario, soy bastante lampiño, tanto que en la pubertad me sentía tremendamente acomplejado por no tener tanto vello como mis amigos, que a veces se mofaban por lo escaso de mi vello, pero con la madurez pasé de complejos y además me di cuenta que para lo poco que tenía, mejor quitármelo, así que llevo completamente depilado el pubis y los huevos. Lorenzo se quedó mirando mi sexo y algo asombrado comentó:
- Ostias, si no te has dejado ni un pelillo en la polla.
- Si, ya ves, tengo tan poco que me lo quito del todo. Pero ahora es muy normal, la gente se lo suele quitar, lo habrás visto en el vestuario del fútbol.
- Hombre si, algunos chavales jóvenes se lo quitaban como tú, pero de los de mi edad, ninguno. Y ¿cómo te los quitas?.
- Tengo una especie de máquina de afeitar especial para estas zonas.
- ¿Y te la pasas por los huevos? – la curiosidad le había picado.
- Si, también, es muy segura, no corta.
- Eso espero, no me gustaría pegarme un tajo ahí.
- Tú ni siquiera te recortas un poco los pelillos – observé.
- No, nunca. Oye, ¿y cómo es la máquina?.
Fui al cuarto de baño y la traje. Se la di y la curioseó un momento.
- Mira esta parte de aquí es como la de los barberos – le dije – la puedes poner al uno, dos o el tres para recortar el vello. Esta otra parte es la que te lo deja al cero completamente.
- ¿Y tú crees que me quedaría bien? – preguntó.
- Hombre, quizá podrías probar al dos y en los huevos al cero.
- ¿Te importa?
La verdad es que no pensé ni en la higiene y además Lorenzo parecía estar decentemente limpio así que le dije que probara.
- Pero vamos al baño, aquí se pondría todo lleno de pelos – le dije – entra en la bañera, así los pelos caen y luego los quitamos fácilmente con un manguerazo.
La situación era casi cuando menos extraña, allí estábamos ambos completamente desnudos, él metido dentro de la ducha y yo con una máquina de depilar en la mano. Seleccioné el cortapelos en el dos, activé la máquina y se la di.
- ¿Y cómo la paso? ¿hacia arriba, hacia abajo?
- Yo comienzo en la base del pene y subo hacia el ombligo – le dije, imitando el movimiento en mi pubis.
- A ver, no me entero, pásamela tú – me dio la máquina. Yo me quedé algo parado al pensar en depilar a mi vecino – venga, no te de corte, que tú tienes experiencia no sea que yo me dé un tajo.
Miré su polla flácida colgando, tendría unos 11 centímetros, pero era gruesa y se le notaban las venas que la surcaban, su prepucio cubría completamente el glande, se la sujeté con la mano izquierda mientras empezaba a recortar su vello púbico. Poco a poco el pelo iba cayendo a sus pies.
- Queda muy bien – dijo cuando terminé – pero faltan los huevos.
Le di la vuelta a la máquina por la parte de depilado total, levanté su polla y estiré tal y como hacía para depilarme yo y empecé a cortar el vello de sus huevos. Su polla empezaba a crecer en mi mano.
- Jeje, que cosquilleo, perdona macho, pero es que se me pone.
Cuando terminé su sexo estaba completamente erecto. Su capullo sonrosado aparecía totalmente descubierto.
- Joder como te has puesto – le dije.
- Es que esa máquina daba gustillo. Y además en cuanto me tocan la polla se me sube, jeje – se tocó los huevos y dijo – que suaves han quedado, da gusto tocarlos. ¿Los tuyos también son así de suaves? – llevó su mano a mis huevos y los tanteó – pues sí, lo son. Nunca los había tocado sin pelos.
- Convendría darte algo de crema hidratante, se suelen resecar con la máquina.
Tomé un frasco que tenía y me puse un poco en la mano y comencé a untársela. Me estaba dando mucho morbo la situación y mi polla se había puesto también tiesa.
- Veo que no soy el único que trempa – dijo.
Comencé a untarle también la crema por la polla y al notar mi mano sobre su miembro se le escapó un gemido de gusto. Agarró la mía y empezó a sobármela.
- Estás algo reseco – dijo, y acto seguido se escupió en la mano, untándome su saliva por mi sexo.
Mi mano con la crema resbalaba suavemente por su glande y cada vez que subía y bajaba los gemidos de Lorenzo iban en aumento. Sin embargo mi polla no terminaba de estar suficientemente resbaladiza.
- Esto va a necesitar más saliva – se arrodilló y empezó a lamerme la polla.
Su lengua recorría mi glande, subía y bajaba por mi tronco y de vez en cuando lamía mis pelotas, lo hacía verdaderamente con maestría y empecé a pensar que no era la primera vez que se comía un rabo. Se la introdujo en la boca y comenzó a mamarla mientras con una mano jugaba con mis pelotas y la otra acariciaba mi culo.
- Ahora si está bien mojada.
Dejó de mamar y continuó subiendo por mi estómago y mi pecho besándome suavemente. Jugueteó con su lengua en mis tetillas mientras continuaba pajeándome. Yo me había quedado parado, simplemente recibiendo tantísimo placer, así que me tomó la mano y la llevó a su sexo. Capté la indirecta y volví a continuar masturbándole. Empezamos a morrearnos, sentía su barba pincharme la cara y el cuello cuando bajaba besándomelo. Nuestros gemidos fueron en aumento y pronto noté que no podía más y exploté, casi toda mi leche cayó en el suelo de la bañera que estaba llena de los vellos que habían caído de la depilación pero parte salpicó las fuertes piernas de Lorenzo. Instantes después mis caricias le llevaron a un fuerte orgasmo y se corrió en mi mano. Abrí el grifo y nos metimos debajo abrazados, las gotas de agua que salían de la alcachofa me recordaban la fuerte tormenta que caía cuando llegué a casa aquella tarde.